Hay poetas que parecen haber reencarnado en distintos lugares del planeta y compartir el alma. Puede sonar sorprendente, pero es verdad. Este fenómeno ocurre en muchas locaciones, pero si tuviera que elegir dos países, de los existentes, donde hay más nexos entre poetas y sus vidas y obra, diría sin dudar: Chile y Rusia. Se puede hacer un símil, por ejemplo, entre Pablo de Rokha con su fuerza y voz tronante, con la también grandilocuente voz de Vladimir Maiakovksi. Ambos militantes comunistas, en sus versos, añoraron romper con lo obsoleto y adentrarse a un porvenir lleno de vitalidad. Ambos tuvieron problemas con políticos, ambos sufrieron mucho por una enamorada y ambos también se suicidaron.
Pero querido lector, aún no hemos llegado al ejemplo más clarificador y motivo por el cual escribo este artículo. Todos intuimos que en esta vida no es fácil encontrar a alguien que esté alcoholizado y que no exteriorice los ruidos del alma con gritos en algún momento de la noche, cuando la juerga terminó y ha llegado hora de volver a casa. Y si a esa ardua búsqueda le agregamos que aparte de ser un alcohólico sereno, inspire melancolía, sueñe con regresar a la aldea de su infancia y ser poeta… entonces esas características encajan con el poeta ruso Serguei Yesenin y el chileno Jorge Teillier.
La mayoría de los protagonistas de la poesía rusa y chilena no son oriundos de las capitales de respectivos países, sino que han nacido en lugares alejados de la urbe, donde la naturaleza, los abedules, el mar y las carretas siempre priman. Yesenin y Teillier jamás olvidaron (con el paso del tiempo y al vivir ya ensimismados en el agotador vaivén de la capital) el paraíso perdido que fue aquella infancia en medio de la pureza de la aldea.
Nuestro Jorge Teillier resume lo anterior en estos versos: “Tal vez nunca debí salir del pueblo / donde cualquiera puede ser mi amigo / donde crecen mis iniciales grabadas / en el árbol de la tumba de mi hermana”
Yesenin y Teillier nacieron con cuarenta años de diferencia. Uno en las frías tierras eslavas y otro en el frío sur chileno. Los dos crecieron en el campo: Yesenin en Konstantinovo y Teillier en Lautaro. Basaron su obra en la nostalgia por el paraíso perdido de la vida en la aldea, que el pasar de los años les difuminó. Mantuvieron las temáticas políticas lejos de sus obras. Y como método de escape al turbulento ritmo de la capital, o dicho de otra forma, por el peso de habitar la modernidad, terminaron por alcoholizarse, hito trágico que aceleraría el deceso de ambos. Con algunas décadas de diferencia y más de catorce mil kilómetros de distancia, dos poetas labraron un destino calcado, legandonos una obra fascinante.