Hace algunos días me encontré con esta historia:
“Tengo un asistente personal falso. Empezó como un accidente pero durante 10 años ha hecho que las personas me tomen en serio”.
El asistente se llama Matt, vive en el correo electrónico y negocia pagos, agenda reuniones y rechaza ofertas laborales.
Pero no existe.
¿O sí?
Esa pregunta ha sido motor de una de mis obsesiones. Ese libro al que vuelvo una y otra vez.
Una de mis novelas favoritas —quizás “la” favorita de la vida— es El socio de Jenaro Prieto, una historia casi centenaria de personajes que inventan personajes, de especuladores ambiciosos, y de fortunas que erupcionan y se desvanecen en el aire.
Es de esas lecturas que se graban a tinta y fuego en la cabeza. Fue el 2001 y lo recuerdo nítidamente porque ese año empecé a registrar los libros que leo. Mi papá vio que tenía un ejemplar en el velador y me comentó: “Yo también lo leí en el colegio”. Creo que en Chile sigue estando en el plan lector.
Julián Pardo, el protagonista de El socio, es un patán bueno para nada que un día inventa un socio para que otras personas lo tomen en serio. El socio tiene nombre: Walter R. Davis, un inglés que, en la imaginación del entorno de Julián, es un mago de la especulación bursátil.
Cuando leí la noticia del asistente personal falso tardé 0,1 segundo en pensar cómo El socio, después de casi cien años, sigue más vigente que nunca.
Hace algunos años escribí en Ojo en Tinta cómo esta novela condensa varias cosas: una historia del dinero, una mirada a las alucinaciones y una radiografía a la inferioridad del chileno. Hoy agregaría que es también un impecable ejercicio de humor negro.
Destaco una de las frases que escribí en su momento, pero que olvidé haber escrito:
“Así como leemos sobre un socio que nadie ve, también contabilizamos dinero que nadie toca: fortunas se hacen y deshacen, auríferas inertes adquieren valorizaciones improbables”.
Es tanto mi fanatismo por esta novela que el 2015 me entrevistaron para hablar única y exclusivamente de El socio. El archivo no perdona y esa conversación sigue disponible en Youtube. Mi yo de ahora no se arrepiente de esos 16 minutos en que divago y trato de convencer al resto del mundo sobre la genialidad de esta novela.
Quizás el elemento que más resonó y sigue resonando en mi cabeza es el epígrafe que Jenaro Prieto eligió para esta novela. Una frase de Oscar Wilde que, en el libro, tiene un papel inesperado: “Los únicos seres reales son los que nunca han existido”.
Puede que no hayas leído El socio y no sé si algún día lo leerás.
Pero sé que esa frase es de las que quedan grabadas en algún rinconcito especial del cerebro y, de vez en cuando, vuelven, nos acechan, nos acarician y nos recuerdan —vaya qué importante es— por qué la literatura es maravillosa.
“Los únicos seres reales son los que nunca han existido”.