En esta oportunidad quiero hablar contigo de un debate prolongado en Chile, esto es el IVA a los libros. El Impuesto al Valor Agregado (IVA) es un impuesto que se aplica a todo tipo de venta que se realiza en el país, consiste en cobrar, para el erario nacional, el 19% de del total de la venta.
Digamos, primero que la evasión de este impuesto es muy reducida y, tanto por hábitos ciudadanos, como por controles fiscales, el IVA significa un ingreso muy relevante en el presupuesto nacional.
Otra segunda consideración es que, para muchos, es un impuesto injusto, porque a la hora de ser aplicado, no distingue condiciones de ingreso u otro tipo de parámetros sociales. Convengamos que nos es lo mismo el impacto de un 19% de las compras de una familia pobre, donde gran parte de sus ingresos se destina a consumos básicos, con el mismo porcentaje de una familia adinerada, cuyos gastos mayores tienen una índole de tipo suntuaria.
Es en medio de este debate donde se plantea, desde hace varios años ya, la propuesta de disminuir el IVA a los libros, para que estos puedan bajar de precio y estén al alcance de los más pobres.
Otro fantasma que rodea la discusión es que, al no existir un control u observación de los precios, no es del todo efectivo que una disminución del impuesto a la venta implique, automáticamente, que las cosas bajen de valor para los consumidores.
Con todo, la verdad es que para las autoridades la estructura impositiva es una cuestión “de principios” y no están abiertos a modificaciones que signifiquen un IVA diferenciado. Porque, según ellos, tras los libros, vienen los medicamentos, el pan y otros bienes de primera necesidad.
Después del 18 de octubre y en el contexto de una nueva constitución, en Chile ahora está todo por definirse y escribirse de nuevo.
Pero mientras eso pasa es necesario resaltar que una disminución de del precio en los libros, ciertamente, sería un incentivo para que la gente compre libros. Pero eso no implica que los índices de lectoría mejoren sustancialmente, porque quienes puedan comprar más libros son los que cuentan con un ingreso para hacerlo y también poseen un desarrollado en hábito de la lectura.
Tener libros más baratos es un aporte. Pero no redunda en beneficios inmediatos para los sectores más carenciados de nuestra sociedad. Para eso necesitamos políticas públicas más focalizadas, que permitan favorecer planes y programas de estudios que, por ejemplo, identifiquen a la lectura como un objetivo transversal de la enseñanza y que no sea, como hasta hoy, la responsabilidad sólo del docente de lenguaje.
También requerimos que el Estado refuerce el único espacio del que dispone para mejorar el hábito de la lectura entre los adultos, fuera del sistema formal de educación, que han abandonado la práctica lectora. ¿De qué hablamos? Pues de las Bibliotecas Públicas, requerimos más y mejores bibliotecas, que cuenten con recurso humano capacitado y suficiente para extender sus horarios de funcionamiento, por ejemplo.
Que puedan comprar, también, libros sin impuestos para mejorar y renovar sus colecciones, comprar tecnología y dispositivos de lectura; que las bibliotecas tengan una mayor relación y dependencia de los gobiernos locales para que su gestión incluya parámetros de desempeño acordes con su entorno, en fin.
Es cierto que requerimos libros más baratos, pero no es menos cierto que ello no atenderá a la urgencia de mejorar la lectura entre los más necesitados. Miren a las Bibliotecas, confíen en quienes están a cargo de ellas y verán como, más rápido, más certeramente y más efectivamente, los libros estarán en muchos más manos, abriendo mentes y alimentando esperanzas.