Lectura y desigualdad

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Lectura y Desigualdad
Lectura y Desigualdad

Hoy quiero compartir contigo una reflexión sobre la Desigualdad y la lectura.

Qué duda cabe que uno de los problemas más angustiante de nuestras sociedades es la creciente, y pareciera, insalvable desigualdad. Esa diferencia abismal entre ricos y pobres, entre integrados y excluidos, entre vinculados y desconectados.

¿La desigualdad es un fenómeno reciente? Ciertamente no. Lo que ocurre en las últimas décadas es que, en especial para las sociedades opulentas del mundo, las diferencias sociales, económicas y culturales son éticamente insostenible. En otras palabras, en buena hora, a nuestras elites la desigualdad les quita el sueño y desde hace un tiempo están movilizados por disminuir esta brecha que amenaza la paz social. Es cierto que no todas las élites están conscientes o se encuentran igual de sensibles frente a esto, eso mismo explica en gran parte los estallidos sociales en Latinoamérica, por ejemplo, en 2019.

Con todo, la desigualdad ha marcado nuestra morfología social desde los inicios de la historia mundial. Pero si bien es una constante, no es menos cierto que aquellos países que han logrado disminuirla encontraron una fórmula más humana de desarrollo y con democracias más sólidas.

Nadie aspira a que todos seamos iguales y uniformes, que pensemos lo mismo y nos comportemos de la misma manera; eso generaría una sociedad aún más esclavizante y anuladora del pensamiento individual.

Pero podemos y debemos soñar con sociedades más humanas e integradas.

El acceso a la información es uno de los elementos fundamentales en esta lucha contra realidades sociales desiguales. No hay democracias sólidas y más justas allí donde la información está en manos de unos pocos, los mismos que toman las decisiones, esas minorías privilegiadas que en el nombre de todos “conducen” nuestras sociedades.

Y si la clave es el acceso a la información ¿cómo asegurar que aquello sea un punto de partida garantizado?

La respuesta es muy simple: la lectura.

El avance de la lectura ha sido desde siempre sinónimo de desarrollo social. Allí donde hay más lectores hay más respeto a los derechos humanos, democracias más participativas, economías robustas y marcadas por la innovación y creadores de cultura más libres.

Nuestros países, en Latinoamérica, han hecho esfuerzos por erradicar el analfabetismo absoluto y aumentar la población lectora; nuestros sistemas educativos; criticas más, criticas menos, han experimentados cambios tecnológicos sustanciales; en fin, nuestros países exhiben hoy generaciones demandantes con discursos coherentes y asertivos. Ello es producto del trabajo de nuestros estados y gobiernos por aumentar la lectura.

Pero ese esfuerzo inicial no es suficiente porque, tal como cambian las plataformas que contienen la lectura, más allá del libro, se requiere modernizar el concepto de acceso a la información, ampliándolo justamente a las plataformas donde ésta se encuentra desplegada. Pero eso tampoco es tan simple

Lo primero que hay que decir es que la erradicación del analfabetismo absoluto, que parece ir en buen camino no es suficiente. Hay que tener cuidado, además, con lo engañosas que se han vuelto estas cifras. La verdad es que, según algunos porcentajes conservadores, casi la mitad de la población lectora tiene un 60% de comprensión lectora. Es decir, son personas, que no comprenden lo que leen. A medida que avanzamos en edad, considerando que van perdiendo sus hábitos lectores, estas cifras pueden ser aún más preocupantes.

Nos dirán que el futuro es digital y tienen razón en ello. Dirán que no vale la pena invertir en planes tradicionales de alfabetización, sino que lo pertinente es alfabetizar digitalmente de una vez por todas. Pero las cosas no son así de simples. El mundo digital requiere de lectores avezados, capaces de discriminar entre uno y otro contenido con precisión, habilitados para tomar decisiones con premura y en medio de un mar de información. Personas con comprensión lectora débil serán incapaces de ser buenos internautas.

Este es un buen ejemplo de la necesidad de contar con derechos garantizados a la lectura, obligando a los estados a implementar programas y políticas públicas atingentes a las realidades locales, independiente de las modas y tendencias a facilitar cuestiones que son de suyo complejas.

Una sociedad que aspira a ser menos desigual debe contar con más y mejores lectores; porque el manejo uniforme de la información, medios de comunicación libres del poder político y del dinero, sistemas escolares con acceso a la tecnología de punta y bibliotecas públicas fortalecidas, son la mejor inversión social que se puede hacer.

Tener más lectores es una salvaguarda efectiva contra los oligopolios políticos e informativos, que condenan a millones a nacer y morir en la ignorancia, la marginalidad y el olvido.

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