Esta semana saqué 16 libros de mi biblioteca porque los quiero vender.
No es primera vez que lo hago.
Hace unos tres años que tengo el hábito de revisar mis anaqueles para sacar aquellos libros que ya no quiero o no necesito o no me sirven o me traen malos recuerdos o me aburrieron o no los leí y nunca los leeré.
Esos 16 libros son algo así como el 2 o 3 por ciento del total de la biblioteca. Esa selección es fácil de hacer.
Lo difícil es pensar qué hacer con el 97 por ciento restante.
Cuando miro mis estantes y veo un libro que potencialmente puede abandonar la biblioteca, el espíritu de Marie Kondo se apodera de mí y me susurra al oído —o al cerebro— sus chispas de alegría: que no lo vendas, que es mejor conservarlo, que aún no es su momento, que en el futuro puede que lo necesite, que es rico acumular títulos sin leer, que aún no soy el lector adecuado para ese libro.
¿Por qué hago estas ventas de libros? No es por dinero: en general los cambio por tres chauchas, como diría mi abuela.
Creo que es porque las bibliotecas personales son sistemas vivos que crecen, se expanden, se reducen, extienden ramas hacia un lado, lanzan raíces hacia abajo, se marchitan, florecen, les germina un brote, se polinizan, hacen fotosíntesis.
Y sus hojas, sus libros, también caducan. Son un reflejo, por sobretodo, de nuestra evolución como lectores.
Busco más sobre esta idea y doy con las llamadas cinco leyes de la bibliotecología, una teoría propuesta hace casi cien años por un matemático y bibliotecario de origen indio llamado S. R. Ranganathan. Estas son las leyes:
- Los libros están para usarse.
- A cada lector su libro.
- A cada libro su lector.
- Hay que ahorrar tiempo al lector.
- La biblioteca es un organismo en crecimiento.
La quinta ley es la que más se puede aplicar a la biblioteca personal.
Reviso mi colección para ver qué tan conectada está con mi identidad lectora del pasado, presente y futuro.
Compro nuevos libros que reflejan mis intereses, necesidades y objetivos lectores.
Organizo esos libros para acceder a ellos, para apreciarlos, para protegerlos, para exhibirlos, para presumirlos.
Así que cuando vendo libros estoy oxigenando mi biblioteca personal. Esos libros que no quiero se convirtieron en sustancias extrañas para el organismo.
No me sirven a mí, pero pueden servirle a otras personas.
Son libros en busca de su lector.