Fragmentos de una formación lectora

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Fragmentos de una formación lectora. Columna de Patricio Contreras
Fragmentos de una formación lectora. Columna de Patricio Contreras

Uno de los libros que acumula polvo en mi velador es El lector literario, de Pedro C. Cerillo, un texto que se pregunta qué es un lector y cómo se forma esa capacidad de descifrar lo que leemos para conectarlo con nuestra propia experiencia y conocimiento.

Desde que nació Leo inevitablemente pensé: ¿cómo se forma un lector?

Digo inevitablemente porque un hijo recién nacido tiene un poderoso efecto. Dice el escritor Andrés Neuman:

“Todo el mundo sabe que criar es tratar de construirle un futuro a la criatura (…) lo que yo no sabía es que el pasado se aceleraba de esa manera. El pasado corre, se pone a tu altura, te rebasa y se te vuelve a poner delante, porque todo lo que olvidaste de tu infancia empiezas a volverlo a vivir”.

Así es como en las últimas semana empecé a repasar mi formación lectora: aquellos hitos, eventos, momentos, personas, libros y citas que han marcado una trayectoria que cada año, cada día, sigue evolucionando.

Hice un esfuerzo por encontrar esos retazos y rearmar mi proceso formativo. Lo divertido es que fracasé. Lo único que logré fue esbozar episodios inconexos. Pero me gustó el resultado. Acá dejo algunos momentos:

1

Justo al subir por la escalera de mi casa hay un librero café que intenta contener la biblioteca familiar. Tiene tres repisas y en la parte baja un par de puertas que albergan cables y cachureos y cintas VHS. Las novelas escolares y enciclopedias se mezclan con álbumes de fotos, revistas de Condorito y algunos ejemplares de Asterix, uno de mis cómics favoritos. Me cuesta leer y decir “Asurancetúrix”.

2

En una de las enciclopedias de El mundo de los niños había un juego: atravesar un bosque y responder preguntas para tomar la ruta adecuada; al voltear la página sabías si estabas en lo correcto y continuabas el camino o te caías al despeñadero o te comían las fieras del bosque. Aprendizaje: releer es un placer, incluso cuando el desenlace es conocido.

3

¿Cuál fue el primer libro que leí? Pregunta imposible. Si estiro mi memoria con elástico pienso en El muñeco de don Bepo de Carmen Vásquez-Vigo. Lo que sí tengo tatuado son las primeras lecturas escolares que disfruté: Pesadilla en VancúverTerror en Winnipeg y Asesinato en el Canadian Express, la trilogía policial de Eric Wilson. Son libros de El Barco de Vapor que aún conservo y forman un bloque color naranja en mi librero. Con Wilson empieza mi romance con la novela policial.

4

Es marzo o abril de 2002 y estoy en mi cama, en la casa de mis abuelos, leyendo La última niebla de María Luis Bombal. Es de noche. Pienso que no soy bueno para nada pero quizás puedo ser bueno para leer. Me siento mejor conmigo mismo.

5

En su infancia mi papá vivió en calle San Diego, en el centro de Santiago. Una vez me contó que vio a Neruda vitrineando libros en la primera cuadra. Me imagino al poeta regateando. Cuando ya soy quinceañero voy a San Diego y compro El Socio de Jenaro Prieto por mil pesos. La edición es horrenda, la portada es un adefesio, pero la novela es —y sigue siendo— mi favorita.

6

Desarrollo una afición por mirar libros. Mi primo Guillermo me invita a la feria de anticuarios y libros usados de la Universidad Mayor. Me embriaga el olor a papel roneo y polvo acumulado. Observo mesa por mesa y memorizo nombres que se repiten: Rabindranath Tagore, Lope de Vega, Tirso de Molina, Goethe, Cervantes. Creo que compré El Aleph de Borges, en una de esas ediciones de revista Ercilla. Lo que sí tengo nítido en el paladar es que después fuimos al Dominó y me zampé un completo con salsa verde.

7

Me inscribo en un taller de lectura de novelas del siglo XX en la Municipalidad de Providencia. Tengo 17 años y el resto de los participantes son adultos serios, comelibros. Me llevo bien con algunas ancianas que tienen mucho tiempo libre. Un día un tallerista lee algo que escribió, el fragmento de un cuento o novela o quizás qué cosa. El grupo hace mierda su texto. Degusto el morbo de la crítica.

8

Leo y releo El socio. Me grabo a fuego el epígrafe de Oscar Wilde: “Los únicos seres reales son los que nunca han existido”. Se convierte en mi mantra para muchas de las lecturas posteriores.

¿Cómo fue tu formación lectora?

La cita

“Cuando abro ese viejo álbum y rasco las pegatinas amarillentas con los bordes levantados, lo que básicamente huelo no es a pizza, ni a chocolate, sino a mi infancia”.

—John Green, Tu mundo y el mío

 

 

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