La creencia habitual es que es en la educación formal donde se produce el mayor impulso a la lectura; sin embargo, la competencia y los procesos evaluativos, que priman en ese espacio, son una verdadera amenaza a la formación del hábito lector.
Aprender a leer es quizá una de las experiencias de vida más relevantes de nuestra existencia. A lo lejos los recuerdos nos pueden llevar a la magia de los primeros años de estudios, donde todo era novedad y asombro. Antes de aprender a descifrar letras y palabras había espacios de los adultos vedados para nosotros; lo escrito eran un conjunto de signos y códigos indescifrables, cuando pudimos comprenderlos una barrera se vino abajo y lo oculto apareció ante nuestros ojos y nuestra mente.
Entonces, incorporados a estos nuevos mundos, hacíamos galas de las nuevas destrezas, leyendo lo que se nos atravesara; nuestros padres y abuelos reconocían el estatus y valoraban la nueva condición. Entonces ser lectores era lo más emocionante que nos había ocurrido en la vida.
Pero la magia se perdió y las flores de la abundancia se marchitaron.
¿Que ocurrió? Llegó el tedio, la novedad se fue, la escuela pasó a ser un lugar de obligaciones, de premios y castigos. En el corto plazo la rutina de leer y escribir para obtener notas se llevó el lado estimulante de la lectura. Las primeras víctimas de las pruebas parciales o las semestrales, el trabajo escrito o el libro obligatorio son las ganas de leer.
La escuela y su ambiente de disciplina son la primera prueba a la que un buen lector debe enfrentarse. Algunos pierden el interés de la lectura para siempre y leen sólo si tienen necesidad y obligación de hacerlo. Pero los cientos de niños lectores entusiasmados de leer y leer y leer, fueron liquidados por la escuela.
La importancia de la lectura para el desarrollo individual y social de las personas amerita de transformaciones en la educación formal para devolver el sentido lúdico de leer.
La formación inicial es determinante en la relación futura de las personas con los libros o cualquier otro formato portable de lectura. Para ello se requiere, ciertamente, revisar objetivos, contenidos y formas de evaluar en la sala de clases; también auscultar la formación de los profesores que enseñan a leer y los que ocupan la lectura para enseñar materias ajenas al tradicional mundo de las letras.
Devolver la magia a las aulas, sentir la lectura como instrumento de asombro, es posible pero requiere derribar mitos y viejas estructuras de enseñanza. Parece imposible, pero nada es imposible o no?