Llévenselo ‚total no vale‚ como todo
pedazo, solo, es ineficaz su hechizo ‚
no creo que sea como la clonación que a partir
de una célula puede reconstruirse todo el cuerpo.
Paraguay tiene la naturaleza de un poema no de un cuerpo.
Buen viaje amigos, y acuérdense de mí, Paraguay, para servirles «.
—Fragmento de Pesimismo FM, Cristino Bogado
Fernando Colman *
No es que las cosas en Paraguay están perfectas, estamos sostenidos por casi los mismos pilares dictatoriales de los países de la región o mantenemos los mismos códigos que otros gobiernos como los de Chile o Bolivia, aunque en otras regiones mar mucho más explícito, en el nuestro , constituido una raigambre construida meticulosamente antes de la Guerra contra la Triple Alianza, horneada durante una dictadura de más de tres décadas. Respondiendo al por qué Paraguay se mantiene silencioso ante tantas manifestaciones en la región es complejo, podríamos pensar que somos un pastiche de la bondad excesiva y el parquedad del citadino colonizado, y ocasionalmente callamos.
Callamos cuando tres países vecinos que nos desbordaron en territorio y cuerpo, a lo sumo respondimos con un proyecto editorial, El Cabichu’i, impreso en pleno fuego de guerra y con burlas sobre la orientación sexual del invasor principal, Caixas, una manera muy criolla de desarmar al otro fue siempre la burla, poner en crisis la virilidad, lo cierto, es que en el fondo, aunque estuviéramos reducidos a cenizas, lo callamos.
El poeta selvagem Douglas Diegues tiene una brillante teoría de que esa guerra, en realidad, fue un problema al estilo Cherchez la femme, que habla de que toda la tragedia fue ocasionada por el amor de Elisa Lynch. Lo cierto es que no se sabe con exactitud, pero también quedó en un secreto a voces. Callamos cuando Elisa la quisieron meter en el panteón de los Héroes y la puritana cúpula religiosa lo baneó alegando que la misma no podría ingresar por no estar casada, aunque haya sido ella misma quien con sus manos enterró a su hijo muerto de una estocada bandeirante , callamos, sí, también lo callamos.
Nos mantuvimos en silencio hasta ser el binomio azul-rojo enquistado en nuestra conducción política, sufriendo las míseras secuelas de la Guerra del Chaco, y durante las distintas etapas de violencia civil que hubo durante décadas de inestabilidad (la era Morínigo, por ejemplo) . Nos tragamos la rabia, el odio, la angustia y ese cúmulo de ethos sentimental de indignación cuando se refiere a los gobiernos (Manuel Domínguez, Gondra, Cirilo A. Rivarola y otras chantas liberofranceses), sugerimos pegarnos en la boca para de alguna manera tragar ese guaraní vairo, bugre, tosco, que tanto nos ligaba al atraso. Al parecer funcionó, pero lo digerimos, para terminar, expulsando una lengua mutante, presente en todos los estratos, desde marcas comerciales chic, hasta las conversaciones más efímeras, caóticas, devinientes. Lo tragamos, parece,
Callamos siendo mensúes con la piel curtida de latigazos, para luego besar la mano de quién lo hizo para mayor gloria de Dios (Ad maiórem Dei glóriam). Callamos en casos en que a sabiendas de que la supremacía religiosa influyó en injusticias, robos, desvíos de fondos, lavados de dinero. Hay pueblos enteros donde el silencio es patrimonio, zonas fronterizas, muertes guardadas bajo la alfombra de lo mediático, pueblos avá que no dejan que los visitados, o no-lugares en donde la única voz que prevalece es el canto ausente de una ave posada en Un árbol que ahora está rociado de semillas transgénicas. El silencio se cuela, entre pesticidas y sierras de alta tecnología, y ante eso, también callamos.
El silencio en Paraguay tiene características espectrales que quizás no dimensionamos, o si lo hiciéramos, terminamos angustiados, basta con observar el entorno y ver al seccionalero colocar en bucle una polka que, ante la ausencia de imágenes visuales, se cimienta en la acústica, en Una canción de un hombre rojo zoomórfico que nos gobierna, nacido entre cerros y collados. O el domingo y sus siestas insoportables, en donde la imaginación y fabulación vuela. La música a tope de conductores que deben sortear a su vez, otro paisaje sonoro, muchas veces violento, en las calles.
Si por sinestesia decidiéramos migrar el sonido a otro campo sensorial, podríamos el desenfreno de las luces led, aquel exterminio tecnicolor que significa vivir en la era de los medios, hastiados, deambulamos en una rueda de ratón, cargando cuanta cavidad posible, con ruido- imagen, ruido-cosa y asfixiar al incómodo silencio, ante eso, a nuestra manera también callamos.
Manifestaciones relevantes intentaron luchar contra el silencio. El #UnaNoTeCalles o el #NoNosCallamos más la lucha feminista, son pequeñas puntas de un iceberg de fronteras nubladas, de un tipo de silencio institucionalizado quizás, o arraigado de manera tal que aún asombra la indiferencia nuestra, ante tanta desigualdad. Porque justamente ante otros casos de injusticia, cuando el profesor, el campesino, la obstetra u otra persona, intenta reivindicar su trabajo, también callamos.
Dice Pierre Schaeffer, uno de los primeros en experimentar artísticamente con el sonido, que el silencio no existe, sin embargo, en Paraguay pareciera estar atrapado entre llamas, aunque calláramos, nos queda pensar en aquello que ocurre cuando no decimos nada, cabría pensar que siempre hay algo produciéndose, algo que se cuece, mientras cerramos la boca, nadie habla, pero se siente el crujir de la chipa, el cebado de tereré, la bala que pasa rozando el cielo o un perro ladrándole a Dios.
* Estudiante de Artes Visuales en el Instituto Superior de Arte, ha formado parte del Seminario Espacio Crítico (2017), ciclo formativo del programa Invernadero (2017), participó de formaciones presenciales y digitales en filosofía en arte y escritura en Tragaluz Transversal, CCE Juan de Salazar, Universidad de Chile desde el 2016. Con publicaciones en Penninsula College de Washington DC, Royal Institute de Estocolmo. Forma parte de la red de investigadores en arte VADB.org. Es autor del poemario Zona de Maniobras y miembro fundador del Taller Encuentro. En la actualidad es editor en Okárajapu y Editora de los Bugres.