¿Dónde estás, Lin Yan?

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Lin Yan me sorprendió desde el primer día que la conocí.

Cuando la vi calzaba unos zapatos negros y medias hasta el tobillo, vestía una falda color musgo y una polera desteñida con un logo de Nirvana, una de sus bandas favoritas.

Era 2015 e integrábamos un programa de intercambio en la Universidad de Ohio, en Estados Unidos. La experiencia fue fascinante: seis semanas acompañado de 17 académicos de periodismo y comunicación, provenientes de países como Grecia, Uganda, Vietnam, Ecuador, Kirguistán o India.

Por entonces China era para mí una incógnita. Miento: lo sigue siendo. Decir China es invocar una palabra para nominar lo lejano, lo que está más allá del entendimiento. Tener una compañera china era un primer paso para que ese acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma —como habría dicho Churchill— fuera menos acertijo, menos misterio y menos enigma.

Siempre atesoré mis conversaciones con Lin Yan. Me habló sobre su única hija, sobre sus extenuantes viajes en tren de la casa a la universidad, sobre la inmensidad de Shanghái, sobre la contaminación, sobre la hipertecnologización. También hablamos mucho de nuestros estudiantes y cómo vivían pegados al teléfono. Algo unía a esos chilenos y chinos veinteañeros, separados por más de 18 mil kilómetros de distancia.

En uno de los últimos días del programa estábamos en una librería y yo aprovechaba de capturar un último botín de libros para una maleta que amenazaba con reventar. Lin Yan se acercó y me pasó uno más. “Te lo compré, es un regalo”, dijo en ese inglés acentuado por el mandarín que aún resuena en mi cabeza.

River Town, comentarios de libros LyB
River Town, comentarios de libros LyB

¿Su título? River Town, de Peter Hessler.

Mientras veía la portada, Lin Yan me explicó que a mediados de la década de 1990, Hessler —de 27 años por entonces— se unió a los Cuerpos de Paz y viajó a Fuling, una pequeña ciudad en la China profunda, del interior, para enseñar inglés y literatura. Era el primer estadounidense que sus habitantes habían visto en medio siglo.

Me pareció un libro formidable. Hessler cultiva una mente de principiante y construye su relato a partir de su condición de waiguoren: “persona de fuera del país”. A través de la escritura busca entenderse a sí mismo, a los habitantes de Fuling y a los pueblos que rodean el río Yangtze, el más largo de Asia.

Habla sobre el uso de la palabra democracia, sobre el “socialismo con características chinas” —según su colega, la profesora Lao— y sobre la construcción de la gran represa de las Tres Gargantas, una colosal planta hidroeléctrica que aportó la electricidad equivalente a diez reactores nucleares.

Y todo este relato está atravesado por una tarea titánica: aprender el idioma, un desafío que en el libro exhibe sus primeros brotes y que, después de una década, pudo manejar. Este video de 2017 muestra a Hessler de vuelta en Fuling, hablando un chino que, intuyo, parece o suena fluido.

Aunque qué diablos puedo saber yo de la fluidez de ese idioma.

Recordé este libro y a Lin Yan porque terminé de leer Los ojos de bambú, una novela de la chilena Mercedes Valdivieso que se publicó originalmente en 1964 y que Ediciones Universidad Alberto Hurtado rescató en su espléndida colección Biblioteca recobrada, que “busca dar nueva vida a la literatura escrita por mujeres en Chile desde el siglo XIX” pero que hoy cuesta encontrar.

Los Ojos de Bambú, comentario LyB
Los Ojos de Bambú, comentario LyB

Los ojos de bambú desarrolla su historia en la China de la década de 1960, cuando la revolución de Mao invita a intelectuales de todo el mundo a visitar el país, conocer sus avances y luego difundirlos en sus naciones de origen. Clara, una artista chilena, participa de este ejercicio de soft diplomacy mientras espera que se le sume su esposo, Javier. Pero rápidamente su estadía empieza a exhibir tensiones con su entorno.

Clara quiere conocer el pasado milenario de China, no solamente su presente revolucionario. Quiere perderse en sus callejuelas caóticas, no someterse a la rigidez de la oficialidad. Quiere hacerse preguntas incómodas, no conformarse con el silencio. Esto le acarrea problemas y cuestionamientos a su lealtad revolucionaria, aunque ella se muestra firme, reflexiva, sin temor.

Y muy decidida:


“[L]a idea de que su marido estuviera lejos la hacía más fuerte. No participaba del deseo manifestado por otros del peligro o la muerte compartidos. Para ella peligro y muerte eran posibles de sobrellevar, pero de sobrellevar sola”.


Después de ese programa académico en Ohio tuve muy poco contacto con Lin Yan. Otra colega organizó algunas videollamadas por Skype, pero el cambio de hora era fatal y nunca mantuvimos regularidad en los encuentros. El Gran Cortafuegos —la muralla china que separa su internet del resto del mundo— también jugó un rol: adiós Whatsapp, Twitter o Facebook.

Cuando pensé en el tema de esta entrega del boletín abrí mi correo y busqué su dirección. Empecé un nuevo mensaje y escribí:

“Hi Lin Yan, are you there?”

Aún espero su respuesta.

 

 

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